Por Xavier X. – (SentidoG.com)
Salvo que vivas en Uganda, en donde realmente no te conviene pararte en la plaza central para gritar “soy lo que soy”, suelen ser dos las razones universales por las que los gays que aún están encerrados en sus closets (enclosetados) postergan su salida:
1. “Mi vida personal no es un asunto público”.
2. “No quiero que me asocien con la comunidad gay; me avergüenza; no me representa”.
Bien, admitamos que aunque residamos en un país cuya legislación sea positiva para las personas LGBT, esto no quiere decir que todos vayamos a salir del closet instantáneamente. A decir verdad, cuando salimos del closet, tampoco lo hacemos “en simultáneo” con todos nuestros contactos, sino que vamos seleccionando a las personas ante las cuales nos sentimos más confiados para hacerlo. Tal vez en un principio nos resulte más sencillo “blanquear” con nuestros pares LGBT, y seguramente con algunos amigos seamos más honestos que con otros; lo mismo sucede con familiares y compañeros de trabajo.
Existen también circunstancias especiales que traban un poco la puerta del armario, por decirlo de alguna manera. Imaginen a un adolescente de 14 años con un padre homofóbico; es esperable que postergue su salida hasta que logre independizarse de ese hogar. O figúrense el caso de una madre lesbiana qué pensará dos veces antes de comentar su sexualidad en su lugar de trabajo, pues no querrá arriesgarse a un despido (ya no puede pensar sólo en ella).
Tenemos que reconocer que hay casos y casos. Pero definitivamente no tenemos por qué tolerar las dos razones señaladas al principio. Esas, no.
“Mi vida personal no es un asunto público”. Es cierto. Y nadie te pide que nos relates tus experiencias sexuales con lujo de detalles. Pero decime, en la oficina, en tu casa, con los amigos que no son del palo, ¿acaso no te referís, aunque sea un poquito, a esa vida personal que tanto intentás proteger? ¡Claro que sí! Pero no lo hacés honestamente. Mentís. Tu vida personal no es asunto público, pero sin embargo estás malgastando energía en inventar desde un novio o novia hasta la más creativa sarta de excusas para evitar que la bisagra de la puerta de tu closet haga algún ruidito que llame la atención. Tu vida personal no es asunto público, pero en el trabajo, en la familia o entre amigos, es naturalmente lógico que se comparta una mínima parte de ella, porque contribuye al relacionamiento, a la confianza, al fortalecimiento de los vínculos. Y vos, lo único que estás compartiendo es una mentira, ya sea por acción o por omisión.
“No quiero que me asocien con la comunidad gay; me avergüenza; no me representa”. Detrás de esta excusa, bastante vaga por cierto, podemos imaginar que la razón de tu vergüenza no es la comunidad gay, sino los fantasmas de sus estereotipos que conviven con vos, en tu armario dorado. Así, gays maricones, lesbianas machonas, bisexuales promiscuos y trans monstruosamente emplumadas te persiguen en tus peores pesadillas. ¿Y qué pasaría si te dan alcance? Ah… eso es lo que te propongo que te permitas averiguar. Porque te aseguro que todos ellos son, además de LGBT, profesionales, miembros de una familia, y excelentes amigos. ¿Y qué pasa con los gays, lesbianas y trans que no cuadran en estos estereotipos? ¿Tampoco te representan? ¿Y qué comunidad sí te representa? ¿La de los homofóbicos, capaces de cometer crímenes de odio?
Mi teoría es que la gente enclosetada que esgrime estas razones no se anima, en realidad, a enfrentar sus propios temores, los cuales incluyen una gran dosis de vergüenza.
Pero lo peor de todo, lo más triste, es que ellos piensan que realmente pueden engañar a alguien, y no se dan cuenta que desde su mamá hasta sus amigos y/o compañeros de trabajo ya tienen alguna idea al respecto. Y es que la gente, sépanlo, no es tarada, y realmente es bastante fácil darse cuenta cuando alguien se empeña en ocultar o disimular su sexualidad: o evita hablar de su vida personal, esa que no es un asunto público, o critica sistemáticamente a la comunidad gay, esa que tanto lo avergüenza.